¿Qué significa ser adulto?
¿Qué significa ser adulto?
Esta pregunta me ha aquejado desde hace ya varios años. Pero en esta etapa de mi vida, especialmente desde que inicié mi carrera como docente, mi interés en la pregunta tiene una nueva dimensión, ya que no sólo tengo que responderla en mis términos. Creo que es parte de mi responsabilidad como maestro de bachillerato aprender a responderla en los términos de un chico de 15 años, de una joven de 16 y de un grupo de amigos de 19 años y todo lo que se pueda encontrar en medio. De muchas maneras, cuando eres maestro también te conviertes en una especie de posible modelo de adulto, y en mi caso esto sucede justo cuando mis alumnos se encuentran en la transición de niños a adultos.
No trataré aquí de definir algo tan complicado como el ser adulto, tan solo quiero exponer cuatro cualidades que creo que todo adulto debería tener y que se pueden enseñar y aprender en la preparatoria no como situaciones individuales y separadas sino como un conjunto de elementos que van de la mano y que nos sirven para vivir mejor el tiempo que tengamos en este planeta. Tal vez a muchos adultos también nos venga bien recordar estos cuatro aspectos. Seguramente no son todos, pero hoy solo hablaré de la importancia de equivocarse, de aprender, de enseñar y de divertirse.
Equivocarse. Tal vez una de las situaciones más difíciles de aceptar en la vida, al menos de forma sana. Pero aprender a equivocarse es fundamental para ser un adulto, porque si uno no aprende a sentirse cómodo con la posibilidad de cometer errores, nuestro posible campo de acción en el mundo se limita sólo a lo que conocemos, con lo que nos sentimos cómodos y generalmente con lo que nos reta poco o de plano no nos reta. Sentirnos cómodos con la posibilidad de equivocarnos cuando decidimos un nuevo camino en la vida, cuando emprendemos, cuando decidimos tener hijos o cuando la vida lo decide por nosotros; cuando decidimos que alguien es nuestra pareja para el resto de la vida o cuando decidimos que quien pensábamos que iba a estar siempre a nuestro lado termina por no ser la persona adecuada; cuando tenemos que decidir entre felicidad inmediata o felicidad a largo plazo o entre realización personal o realización económica (que muchas veces en la vida adulta, no van juntas). Aprender a equivocarnos significa pues, aceptar que siempre existe la posibilidad de que todo salga mal y que no logremos nuestros objetivos y entender que al final, mientras sigamos vivos, las oportunidades continúan y lo más grave no es tan grave como habíamos pensado, que finalmente, estaremos bien. ¿Cómo hacemos para aprender esta habilidad? A golpes. O para decirlo más suave, con la experiencia. Esto no quiere decir que quiero promover la toma de malas decisiones en mis alumnos, de ninguna manera. Lo que quiero es que se sientan confortables asumiendo errores. Una forma de ejercitarlo comúnmente para nuestros estudiantes es aprendiendo a recibir las correcciones de la forma correcta. Enseñémosles (y aprendamos) que cuando alguien nos corrige, la respuesta adecuada para sentirnos cómodos con nuestras equivocaciones es: tienes razón, gracias. Agradecer una corrección, aunque sea mínima, y hacerlo constantemente, es una forma muy efectiva de acostumbrarnos a que la equivocación es parte normal y hasta cierto punto apreciable. Además, equivocarnos de manera cómoda nos da pie a la siguiente habilidad.
Aprender. Una vez que nos sentimos cómodos con cometer errores podemos continuar con lo que considero es el siguiente paso natural. Aprender de nuestros errores es una habilidad que se deriva de sentirnos cómodos cometiendo estos errores pero que al mismo tiempo nos hace dar un paso más allá.
Si solamente sabemos la forma de cometer errores de manera cómoda, pero sin aprender nada, lo único que lograremos es estancarnos en el lugar donde estamos. La capacidad de aprender de nuestros errores tiene que ser el complemento inequívoco de nuestras fallas, sólo así podemos avanzar.
La capacidad de aprender, sin embargo, no se debe limitar a nuestros errores. Creo que una habilidad poco identificada es la de aprender de nuestros aciertos, de los momentos de felicidad, de cuando hicimos las cosas bien o de cuando tuvimos la suerte de que nuestras acciones llegaran a buen fin, aún sin proponérnoslo. Aprender no es una habilidad que deba acompañar solamente a nuestras fallas, fracasos o momentos difíciles, debe también ir de la mano de cuando amamos con mayor fuerza, de cuando reímos hasta que duele el cuerpo, de cuando nos sentimos plenos, felices, completos y satisfechos. Si logramos aprender también de nuestros momentos brillantes podremos identificar que el mundo no es una constante de momentos felices y/o tristes, de situaciones buenas y/o malas, sino una experiencia continua, diversa, apasionante y que vale la pena experimentar.
Sabiendo lo anterior es que podemos dar el siguiente paso, es cuando podemos enseñar.
Enseñar. Creo que una vez que sabemos sentirnos cómodos con los errores y fracasos que tengamos, sabiendo aprender de ellos y teniendo la certeza de que el aprendizaje no solo se deriva de situaciones negativas, lo siguiente que un adulto más o menos completo debe saber es transmitir este conocimiento.
Cuando has aprendido a equivocarte y a sacar lo mejor tanto de los momentos difíciles como de los éxitos, la comprensión de la vida cambia, tiene un sentido más claro, menos confuso y que se puede explicar mejor. Cuando dejamos las visiones maniqueas del mundo podemos pasar de enseñar datos, cifras, fechas y fórmulas a compartir conocimiento, ese conocimiento que no solo es matemático o biológico o antropológico o legal o clínico o filosófico, ese conocimiento que es simplemente El Conocimiento, con mayúsculas, el qué que no conoce límites entre disciplinas, sino que integra todo saber en una herramienta para acompañar la existencia, para explicarla y para vivirla mejor.
Una vez que sabemos equivocarnos bien, aprender y enseñar, creo que estamos listos para ser adultos, o al menos para empezar a serlo. Sólo me faltaría agregar un último elemento que para mí se ha convertido en un elemento esencial en mi vida adulta, la capacidad de hacer todo lo anterior, pero de forma divertida.
Divertirse. Qué sentido tendría todo lo anterior si no es para vivir la vida de una mejor manera, de una manera más feliz. Creo firmemente que la razón por la que estamos vivos es la felicidad. No encuentro otra razón que pueda sostener la existencia con coherencia y sentido. Si no vivimos para ser felices creo que la vida no tiene sentido. No me refiero a estar riendo todo el tiempo o a nunca hacer cosas que nos molesten o nunca salir de nuestra zona de confort, todo lo contrario, creo que aprender a sentirse triste o frustrado, de manera calmada y consciente, nos ayuda a tener una vida más feliz. Hacer cosas que nos molesten en el corto plazo pueden traernos felicidad a largo plazo, estudiar una carrera que nos cueste trabajo es indudablemente más difícil que decidir quedarnos en casa a dormir hasta las dos de la tarde, pero los frutos de la primera opción son, también sin duda alguna, mucho más satisfactorios en la mayoría de los casos. Detenernos a hacernos preguntas difíciles como ¿quién soy yo? ¿por qué hago lo que hago? o ¿realmente soy feliz haciendo lo que hago todos los días? es algo inmensamente más difícil que solamente hacer lo que se supone que uno haga, pero una vez que pasamos ese camino doloroso que implica la respuesta a estas preguntas, nuestra experiencia en el mundo va a ser mucho más significativa y apreciable que antes, la felicidad requiere esfuerzo constante, pero vale la pena. Es por esto que creo que ningún de las tres condiciones anteriores estarán completas si no obtenemos la capacidad de equivocarnos, aprender y enseñar pero de manera divertida. Nadie quiere aburrirse, ni en la vida ni en los salones de clase, si no logramos entender nuestros procesos como un camino a la felicidad y por lo tanto impregnados de diversión, no vamos a estar dispuestos a vivir esos procesos. La clave está en que sepamos divertirnos en todos estos momentos. La clave está en la diversión.
Espero haber podido ser claro respecto a lo que creo que debemos enseñar, tanto con la práctica como con la teoría, a nuestros alumnos en cuanto a ser adultos se refiere. Espero que no olvidemos la importancia de estas cualidades y si no las tenemos, comencemos por aceptar el error, aprender a adquirirlas para poder enseñarlas y vivirlas de manera divertida.
Estoy seguro que ser adulto es mucho más, hoy sólo intenté exponer cuatro cualidades que trato de desarrollar todos los días y que me gustaría que mis alumnos aprendieran también. Creo que teniendo adultos que no temen equivocarse, que aprenden tanto de lo bueno como de lo malo que les presente la vida, que pasan este conocimiento a otros humanos y que lo hacen de manera divertida, podemos tener un mundo mejor, al menos un poco mejor, y un poco, en la condición actual del mundo, es bastante.
Profesor Rafael Navarro.