El individuo y la unión humana ante la naturaleza: a propósito del 19S. Primera parte.
El humano, ¿qué clase de especia es esta? ¿Tiene algún poder, no importa lo insignificante que sea, ante la naturaleza? La respuesta nos parece inmediata: no lo tiene. Y en realidad, bueno, esto es verdad. El individuo carece de infinito vigor cuando se le compara con el suelo que con tanta confianza pisa. Aquel suelo que en cualquier momento puede sacudirse y acabar con nuestro patrimonio. ¿Pero es que seguimos siendo tan impotentes una vez unidos?
Quisiera comenzar con una primera perspectiva: la del individuo. Para ello compartiré una pequeña experiencia personal pero que muchos en GDL habrán vivido por igual. La expreso así: “¡Qué experiencia más singular! Jamás había sentido nada como esto jamás mi instinto me había dominado de esta forma… jamás me detuve a imaginar cómo se sentiría un temblor. Y ahora me doy cuenta, de que somos seres sin poder”. Reproduzco fielmente un extracto de mi diario del día 11 de mayo del 2016; día en el que fui testigo de una pequeña ostentación de la voluntad de la naturaleza.
Recuerdo que ese día fue “una vergonzosa tarde sin producción”, según escribí. Tenía tarea de matemáticas y debía contestar varias páginas del libro de tutoría, pero en vez de dedicarme a eso decidí tirarme en un sillón a descansar de la agotadora actividad de no hacer nada. Así estaba, cuando de repente, toda la casa pareció vibrar. “Al escuchar ese rugido (porque no se le puede llamar de mejor forma) sin pensarlo intuí que se trataba de un tráiler, hasta que todas las ventanas gritaron de espanto, hasta que el suelo se sacudió en agonía, hasta que el vitral me amenazó con sus mil cuchillas al pasar corriendo, sin razonar, frente a él”. Permanecí apenas un segundo, según recuerdo, parada en el medio de la habitación. Entonces, me dice mi diario, me convertí en algo como un animal; corriendo a toda velocidad y levitando sobre las escaleras hasta la puerta principal, llena de espanto. Las letras en las páginas son apenas legibles: la mano me temblaba al escribir. Posiblemente algunos de mis compañeros lo recuerden; estaba yo en tercero de secundaria. Todo ese día pensé, al escribir, en lo que uno casi nunca piensa: no en nuestro poder, sino en nuestra impotencia. “Que extraordinario… esa manera en la que somos seres totalmente diminutos… ¡No! Totalmente inexistentes ante estas manifestaciones. (…) Al mirar alrededor veo todo lo que me importa… toda esa basura que nos complementa y hace aún más vulnerables… todos los archivos en mi ordenador, los cuadros que con tanto esmero he pintado, todo lo material costoso, este mismo diario… y luego Sally (mi perro), mi familia, mi hermana. (…) Todos los avances que hemos hecho por miles de años, todas nuestras ideas, nuestra humanidad… se ven devoradas por un fenómeno que ha existido inmodificable. (…) Estoy muy asustada al darme cuenta de que mi existencia irrumpe aquella de un ser magnífico. Lo lamento mucho…”. Tal es mencionada entrada.
Esos fueron al menos los pensamientos que tuve tras el ligero e inofensivo temblor. ¡Nunca había sentido uno! Era natural que estuviera aterrorizada. En verdad pensaba que el humano era una insignificante criatura, innecesaria, que con su soberbia dañaba la naturaleza y esta le castigaba eventualmente. Pero, de nuevo, este es el punto de vista del individuo, de un solo humano, y del día que sintió un temblor. Nada más pasó, más mi reacción fue aquella de exasperación. Si todos los fenómenos naturales los viviéramos de este modo, así de solitarios ¡en verdad que no tendríamos esperanza alguna!
Mas hay otra perspectiva: la del humano en sociedad, unido con otros.
Es esta la postura que puede superar las desgracias consecuentes a cualquier tragedia. Es esta la postura que se observó no hace más de 15 días en nuestro país. Tras los hechos del 19 de septiembre he considerado, ¿es verdad que el humano tiene tan poco poder ante la naturaleza? Nos es imposible evitarla, más los daños que hace, ¿también somos insignificantes ante estos? Un solo humano lo es, ¡pero su unión no! Las tragedias que la naturaleza nos da, ¡tenemos el poder para repararlas!
Dicho terremoto se produjo a la 1:14 de la tarde del martes 19 de septiembre. Su epicentro fue localizado 12 kilómetros al suroeste de una localidad de Morelos llamada Axochiapan, muy cerca de la frontera de este estado con Puebla, apenas a un kilómetro de San Felipe Ayutla. Su magnitud fue de 7.1 en la escala de Magnitud de Momento (sucesora de la escala de Richter).
Escuchar sobre un terremoto con datos tan técnicos nos hace pensar en números y en la prensa, así lo cuentan en las noticias. Mas vale la pena hacer todas estas cifras a un lado, pues sólo estorban al pensar verdaderamente en el efecto que produjo. Olvidemos estas cifras y pensemos solamente en que hace unos días hubo un terremoto en alguna localidad de nuestro país. Los que tienen conocimiento empírico sobre esta sensación, no importa lo insignificante que haya sido, seguro serán incluso escépticos ante la idea de que un horror como tal puede dilatarse hasta devorar sin más todo lo que es nuestro. La puerta de nuestros hogares se abrió y en un segundo ya no quedaba nada. Y solo este segundo bastó para que este bandido al que somos completamente ajenos se llevara todo y lo volviera cenizas. Solo nos dejó, ¡qué generoso! con lo que en las manos teníamos. Pero en verdad, sólo un hipócrita trataría de describirlo. Es esto lo que sucedió a ciertas personas que seguro no conocemos pero que están tan consientes como uno mismo. Insisto, si una tragedia así solo pudiera ser vivida por el individuo, que triste sería. Pero ¿cuál fue la reacción generada? ¿Qué fue lo que nos reveló el 19S, cómo se le llama también? ¿Qué podemos aprender? Cosas sensacionalistas. Cosas que uno no cree, que son demasiado románticas e ilógicas. Pero que una vez que se demuestran, vaya, incluso aquí son demasiado buenas como para poder ser creídas.
Por Gabriela Aldana